viernes, 3 de junio de 2011

La escapada: Parte IV

Llevaban corriendo un buen rato y parecían los únicos en estar realmente alterados. Consiguieron salir de milagro del recinto, ya que la policía había comenzado a rodear el hospital y el recinto de la facultad y anunciaban, mediante megáfonos, que la situación iba a estar controlada pero que nadie debía salir de los edificios hasta que ellos dieran la orden. Dio gracias de estar con aquellas dos extrañas doctoras que le habían arrastrado a la fuerza hacia la salida, ya que conocían aquello mejor que él. Cuando habían terminado de acordonar la zona ellos ya se habían escondido detrás de un enorme camión de mudanzas observándolo todo. Y ahora corrían, corrían hacia la estación de cercanías donde, sin duda, podrían coger un tren y alejarse ¿Qué estaba pasando? Ni siquiera había oído nada por la radio ni por la televisión esa mañana, y la gente caminaba con tanta tranquilidad por la calle que incluso se había planteado si todo era algo así como un sueño.
-Vamos, la entrada está cerca- la voz de Jacky le hizo salir un instante de sus pensamientos. Por fin habían llegado a las afueras de la estación y atravesaron todo el parking a la carrera hacia las puertas automáticas –No me jodas…- murmuró de repente, parándose en seco. Delante de la puerta había dos guardias de seguridad y unas cuantas vallas que impedían el paso.
-Dejadme a mí- dijo Lluvia. Ahora la veía más tranquila que cuando la conoció en plena escapada. Al parecer la carrera les había despejado ligeramente a los tres y había conseguido que, vieran lo que vieran aquellas doctoras, se les fuera de la mente. Vio a la mujer acercarse con un curioso contoneo de caderas que se le antojó incluso algo erótico. Jacky y él se acercaron un poco también, manteniendo las distancias.
-Señorita, no puede pasar, lo siento, la estación está cerrada- dijo uno de los guardias, dando un paso hacia delante.
-Pero no han dicho nada en la radio y yo necesito volver a mi casa, señores, al igual que mis dos compañeros- su voz sonó tranquila, casi hasta dulce ¿Quién podría decirle que no?
-Señorita, nosotros solo cumplimos órdenes de la policía. Solo nos han dicho que debíamos desalojar la estación por problemas ajenos a la red de cercanías y no dejar pasar a nadie a hasta nuevo aviso.
-Entonces… ¿No hay servicio de cercanías?- se acercó un poco más y se reclinó hacia delante ¿De veras era una mujer y no una niña? Porque sus preguntas, sus maneras de hablar y sobretodo sus gestos se parecían más a los de una niña pequeña que a los de una mujer con la carrera de medicina. Ambos guardias intercambiaron una mirada nada disimulada antes de que el segundo se adelantara un poco también.
-Escuchen, no sabemos lo que está ocurriendo, sabemos lo mismo que ustedes- enarcó ambas cejas y miró hacia Jacky, cuyo gesto dejó un claro “eso decís vosotros” en el aire -. Han cerrado todas las líneas de cercanías y han ido dejando los trenes en las cocheras, todo por órdenes policiales.
-Al parecer están haciendo exactamente lo mismo con el metro. No quieren asegurar nada para que no cunda el pánico… pero creemos que se trata de algún aviso de atentado, ya saben- tuvo que apresurarse a taparle la boca a la pelirroja antes de que estallara en gritos. Posiblemente ellas sabían más que él y que esos pobres guardias. Les miraron a los dos unos instantes y él agradeció que ambas se hubieran quitado las batas ensangrentadas.
-Gracias por la información, procuraremos no decir nada- la voz de Lluvia volvió a alzarse en aquellos tensos segundos, relajando el ambiente -. Jacky, Marcos, vamos a coger un taxi y volvamos a casa- ¿De veras? Realmente menos era nada, pero les iba a salir la gracia por un ojo de la cara.

Los tres caminaron de nuevo pero Lluvia, que llevaba la cabeza del grupo, lo único que estaba haciendo era dar una vuelta alrededor del edificio hacia un descampado cercano. De repente el sonido del móvil hizo que los tres dieran un bote por el susto, pero la castaña se apresuró a sacar el teléfono     , descolgando con rapidez bajo la atenta mirada de ambos.
-¡Ey cielo!... Si, si, estoy bien, estoy bien… No, me he escapado de allí ¿Puedes venir con el coche? Te debería la….- empezaron a ver que el rostro de la mujer se iba poniendo más y más pálido, parecía incluso temblar. Pero, de repente, comenzó a caminar con mucha más rapidez hacia el descampado, sin soltar el teléfono. Miró a Jacky y, tras asentir ambos, la siguieron raudos -¡¿No me fastidies?! Yo estoy en Chamartín… Fuera, pero voy a saltar la verja, sí… Hecho, nos vemos ¡Te quiero!- colgó el móvil y, con un hábil movimiento, la vio trepar la verja de acceso a los andenes, una que habían colocado tras las obras de los grandes rascacielos y por la que, como pudo comprobar, más de uno podía colarse.
-¿Quién era, Lluvia?- preguntó la pelirroja.
-Vamos, saltad, vienen a por nosotros en tren. Es una larga historia- les hizo una señal con la mano para que se apresuraran. Prefirió quedarse el último para ayudar, como buen chico, a la otra mujer. Colocó las manos a buena altura para que ella se subiera y así impulsarla a saltar; con la corta falda que llevaba le resultaría difícil hacerlo sola. Una vez arriba, luchó por no hacer como cualquier muchacho de su edad y apartó la mirada de la erótica perspectiva de sus nalgas. Aprovechó para coger carrera y salto, agarrándose a lo alto de la verja y trepando para saltar al otro lado.
-Sí que hemos tenido suerte ¿no? Parece hecho adrede- dijo tras suspirar largamente.
-Es posible- bromeó la castaña. Estaba de buen humor, de demasiado buen humor para la situación en la que se encontraban. Pero la muy suertuda tenía razón: a lo lejos apareció, rápido, un tren de cercanías que iba a hacer su entrada, por lo que parecía, por el andén tres. Los tres saltaron a las vías y atravesaron las dos primeras para subir a lo alto del andén. El cercanías se paró a mitad del camino, ni siquiera esperó a entrar del todo ¿Tan vacío iba? Desde luego algo raro estaba pasando.
Las puertas automáticas del primer vagón se abrieron y por la primera se asomó un hombre aún joven, de cabellos largos y negros, bastante atractivo.
-¡Lluvia, Jacky!- exclamó al ver a los tres, y la castaña corrió rauda a lanzarse a sus brazos, como si fuera el caballero que la princesa esperaba en lo alto de la fortaleza ¿sería su novio? ¿O quizá su marido? Pero no pudo esperar a encontrar la respuesta él mismo, ya que por la siguiente puerta vio salir una larga cabellera rojiza y morada y la voz hizo que todos los males se el pasaran de golpe: al fin alguien conocido.
-¡Marcos!
-¡Alma!- salió corriendo hacia allí, sin observar qué hacían el resto, Era tranquilizador ver una cara conocida. No había visto nada, pero lo que le habían contado era escalofriante, peor que eso. Subió al andén y se abrazó a ella, hundiendo la cabeza en su cuello y aspirando su aroma… le calmó mucho más de lo que esperaba. Entonces, cuando abrió los ojos, entre la cortina de cabellos vio otro rostro conocido -¡Coño Ricky!- se soltó de la muchacha para estrechar la mano de su compañero.
-Tío ¿qué haces aquí? Te hacia en casa o en la facultad de medicina- Ricardo también estaba ahí. Ya eran dos conocidos y eso era aún mejor. El sonido de las puertas cerrarse hizo que la respuesta que iba a darle tardara un poco más.
-Iba de camino cuando me metí en el hospital; un colega había venido de visita de Nueva York; estaba allí con una beca, pero llegó enfermo y le ingresaron en el hospital. Cuando entré, me encontré a aquellas dos mujeres y me sacaron ala fuerza. Al parecer está pasando algo muy gordo.
-¡Y tanto tío! Todos nosotros hemos huido de la Universidad porque hay una plaga de zombies- pese a lo aterrador de la noticia, Ricardo parecía emocionado. Así que era lo mismo que había pasado en el hospital.
-Creo que debemos hablarlo todos- el moreno se acercó una vez el tren se puso en marcha de nuevo. Llevaba abrazadas a las dos doctoras contra sí y ambas extremadamente felices ¿Es que las dos eran sus novias? Si eso era así, menudo crack.
-Lo que ha pasado en el hospital, es lo mismo que ha pasado en la Universidad- dijo la castaña, mirándoles a todos. Marcos miró a su alrededor y vio que, efectivamente, eran unos cuantos más. Si no contaba mal, casi llegaban a la docena de personas –En el hospital ha comenzado todo con los que volvieron enfermos en el vuelo de Nueva York, una de ellas la azafata que se había desmayado antes de aterrizar.
-En la Universidad no tengo ni la más remota idea, pero los chicos que lo comenzaron todo no tenían muy buena cara, la verdad. Luego todo, de repente, se comenzó a desmadrar y decidimos hacer lo más lógico: huir- explicó el moreno –Tuvimos que hacerlo en tren porque, aparte de que solo había un coche, todo el campus estaba cercado por la policía, o eso nos ha contado Alma.
-Yo no me di cuenta y me colé con el coche saltándome las barreras de seguridad. Una vez dentro del campus me dijeron que no podía salir hasta que ellos no dieran el permiso porque estaba realizando unas pruebas médicas por un posible contagio.
-El Hospital estaba siendo cercado cuando nosotros logramos escapar- explicó entonces Jacky, asintiendo -. Y al parecer la misma policía ha prohibido el transporte público, al menos cercanías y el metro, Lo raro es que este aún funcione.
-Porque lo hemos robado- rió el moreno, llevándose la mano a la nuca para rascarse -. Lo cierto es que Alma destrozó su coche para poder colarnos de vuelta y robarlo ya que unos amigos de… ¡Ah, sí! De Adri y de Fran se habían escondido dentro de la estación y los trenes estaban parados.
-¿Y cómo es que vosotros tres os conocéis?- se atrevió a preguntar finalmente Alma. Él estaba pensando lo mismo, pero le parecía demasiado atrevido preguntar. Por lo que vio, su compañera no tenía vergüenza alguna.
-¡Uy! Eso te lo cuento yo, guapa- dijo la castaña, sonriendo más que radiante –Vincent y yo fuimos novios en el instituto, ya sabes: las hormonas revoloteando, una chica guapa que ve a un chico muy mono… lo típico- rió suavemente -. Lo que pasa es que la cosa acabó cuando yo me fui de casa… Fue triste, pero mantuvimos el contacto como amigos ¿verdad?
-Sí, así es- dijo Vincent con una sonrisa -. Cuando ya llevábamos dos o tres años en la Universidad, retomamos el contacto más directo y empezamos a quedar y vernos a menudo, conocí a Jacky poco después de que empezaran a salir y las dos me comentaron que las prácticas iban a hacerlas en el hospital Universitario que depende de la Autónoma- explicó, con una sonrisa -. Así que al ver que ha empezado todo en el campus, se me ocurrió llamarla para ver si estaba bien y resulta que estaba viniendo con su novia y con tu amigo hacia aquí, así que ¿Por qué no recogerles?
-A esto creo que se le llama buena suerte- dijo Marcos mientras se dejaba caer con un largo suspiro –Y… ¿Ahora qué hacemos?
-A eso puedo contestar yo- una suave voz le sorprendió justo detrás y se dio la vuelta hacia la figura -. Soy Primula, por cierto. He estado hablando con mi padre- alzó el móvil casi tímidamente. Parecía estar saliendo aún de un estado de shock ¿Qué habría visto para estar así? No podía ni imaginárselo –Vincent ¿Dice ahí dentro cómo llegar a Torrejón?
-Sí, hay un mapa completo de las líneas y podemos llegar allí si lo seguimos bien.
-Perfecto. He llamado a mi padre para ver si estaba bien- comenzó a explicar, nerviosamente. Vio a otra de las chicas, una con gafitas y una cara de lo más angelical, sentarse a su lado y rodearla con un brazo. Parecía tan pálida como ella, pero el abrazo pareció calmarlas a ambas -. Me ha dicho que, seamos cuantos seamos, vayamos a mi casa; es bastante amplia aunque tendremos que dormir de tres en tres en cada habitación. Había bajado ya a comprar provisiones y va a bajar a comprar muchas más porque, al parecer, esto mismo ha pasado en el Hospital de Alcalá. Nos contará todo con mucha más calma una vez lleguemos allí.
-¡Genial!- exclamó Alma, estirándose felinamente antes de sentarse sobre sus piernas. Rodeó su cintura con cuidado, sin apartar la vista de Prímula.
-Pero si es cierto que está pasando en más sitios ¿Cómo es que nadie más lo sabe? Es decir, es raro que pasando algo tan extraño no haya noticias ni haya empezado a cundir el caos ¿no?- le pareció lo más extraño de todo; ataques sangrientos en varios puntos de la ciudad y aún ninguna noticia al respecto.
-La policía está tapándolo todo para evitar un caos general, por eso han cercado todos los puntos conflictivos: la universidad, los hospitales,…
-¿Y cómo sabes eso, Prímula?- preguntó Alma.
-Mi padre es policía y estaba de servicio; al parecer son órdenes generales para todo el cuerpo de seguridad. Pero no me ha contado mucho, solo me ha dicho que, antes de nada, compremos también nosotros provisiones porque estas cosas siempre se acaban sabiendo y pronto comenzarán los saqueos y el vandalismo.

El silencio ante aquella noticia duró unos cuantos minutos. Por la cabeza de Marcos pasaban demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas y cada vez las conclusiones a las que llevaba eran mucho peores. Esperaba que, al menos, todo aquello terminara lo más pronto posible, pero si el padre de aquella chica les había ofrecido su casa y les había pedido comprar aún más provisiones era porque tampoco él veía que la cosa fuera a mejorar pronto.
-Por cierto, Marcos, que no te hemos dicho los nombres de todos- dijo Alma, que aún permanecía sobre sus piernas. Señalando con el dedo, comenzó a nombrarlos uno por uno; eran bastantes, por lo que pudo ir contando eran doce incluyéndose él. No se había equivocado mucho al contar la primera vez.
-Gracias, Alma, ahora al menos sé cómo llamar a cada uno- rió suavemente mientras acariciaba su espalda.
-Ey, Vincent- una voz masculina le hizo cambiar la mirada hacia el chico que Alma había nombrado como Héctor. Tenía una pilla sonrisa mientras miraba al moreno, que estaba aún de pie con las dos doctoras -¿Te has acostado alguna vez con las dos? Porque parece que te tienen muchísimo aprecio ¿eh?- las carcajadas fueron generales, lo que ayudó a calmar un poco la tensión del ambiente. Vincent soltó a Jacky y se echó la mano a la nuca, pero antes de poder hablar, ambas mujeres se encaramaron a él, cada una a un lado y de manera bastante erótica. Marcos tuvo que echarse un poco hacia atrás para evitar que Alma se percatara de cuanto le alegraba aquello la vista, ya que las dos mujeres habían apretado incluso sus senos contra él con un suspiro placentero.
-Lo hemos intentado varias veces- dijo la pelirroja con un leve gemido que no hizo más que acrecentar el rojo del rostro del moreno -, pero él siempre se niega- se acercaron ambas a besarle, pero Vincent, que parecía estar acostumbrado a esas salidas de tono, se apartó de aquel abrazo, suspirando.
-Yo… veréis… creo… yo… Voy a ver cómo va Carlos- y se alejó hacia la cabina de mando del tren mientras las dos doctoras estallaban en sonoras carcajadas. Aquel hombre tenía mucha paciencia y demasiado autocontrol… Posiblemente él habría sucumbido a aquel abrazo.

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