jueves, 19 de mayo de 2011

El plan improvisado

El tren había llegado finalmente a la estación, así que se subió inmediatamente. Solía tardar unos cinco minutos en restablecer la marcha, ya que era el fin del trayecto ¿Lo bueno? La facultad estaba a menos de quince minutos desde allí, así que iba bastante holgada de tiempo. Se sentó tranquilamente en uno de los asientos y sacó de la cartera una novela de las que tanto le gustaba leer, esas en las que los cuentos de hada se hacían realidad. A la gente solían parecerle bastante ñoñas, pero ella era una romántica empedernida y le gustaban mucho.
Iba a comenzar a leer cuando dos manos taparon sus ojos por debajo de las redondas gafas, con una delicadeza que reconocería en cualquier lugar. Al menos ese día no estaba tan concentrada como para gritar del susto.
-Siempre me haces la misma broma, Héctor- rió tímidamente mientras escuchaba la risa de su amigo a su espalda. Las manos volvieron a dejarla ver y sintió los labios del muchacho contra su cabeza. Lo cierto es que siempre se sentía protegida a su lado, como si fuera su hermano mayor.
-Bueno, sino no sería yo y tú te asustarías aún más ¿No es así?- le vio por el rabillo del ojo rodear el lateral de su asiento para colocarse frente a ella. Mientras tanto, ella guardó el libro nuevamente; teniendo compañía no iba a poder leer mucho -¿Cómo es que hoy vas tan tarde a clase?
-Uno de los profesores llegó enfermo de su viaje a Nueva York, así que han suspendido sus clases hasta que mejore, y como hoy la tenía a primera hora…- rió suavemente mientras cruzaba sus piernas. El pitido del tren avisó del cierre de puertas y del comienzo del trayecto.
-Parece que hay algo así como una pequeña epidemia. Menos mal que para los exámenes aún queda una semana y podrán recuperarse.
-Yo espero que no sea contagioso, porque sino veo que nadie se presenta a los exámenes por enfermedad- rió de nuevo mientras se reclinaba ligeramente hacia delante. Ese día el tiempo parecía haberles dado una tregua y no hacía tanto frío, por lo que el negro que siempre llevaba, estaba ligeramente abierto para dejar entrar un poco de corriente.
-Pues si me pongo malo espero que vengas tú a cuidarme vestida de enfermera ¿eh? Tienes que estar monísima- notó el calor subir de repente a sus mejillas y no pudo más que intentar hablar. Le resultaba violento que la piropearan; no porque no le gustara, sino porque en verdad no sabía cómo responder a ellos.
-N-no digas ton-tonterías hombre- negó mientras notaba su corazón palpitar en sus mejillas. Debía tener un aspecto totalmente ridículo con las mejillas tan rojas. Seguro que Héctor pensaba de ella que no era más que una cría.

El tren, finalmente, llego a la estación de Cantoblanco. Los que debían apearse allí se levantaron con la misma parsimonia de siempre, agolpándose delante de las puertas. Gabriella permaneció con Héctor sentada: se levantaría cuando empezaran a salir los últimos, así evitaría tropezarse sin querer con las personas, algo que parecía tener por costumbre.
Pero había algo raro esa mañana. Cuando el tren se detuvo, no había nadie en el andén, estaba completamente desierto, y las puertas se negaron a abrirse. La gente comenzó a impacientarse, golpeando las puertas con el pie por si estaban atascadas y casi fundiendo el botón de apertura con los dedos.
-“Señores pasajeros”- por fin la voz del conductor se hizo eco en todo el tren y éste quedó completamente en silencio a la espera de noticias –“. Los equipos sanitarios de Madrid, debido a una posible epidemia de una enfermedad tropical, ruegan desalojen los trenes por completo y salgan de la estación hacia el campus. Allí se les realizará una pequeña exploración para cerciorarse de que están sanos y podrán continuar su trayecto una vez se restablezca el servicio de cercanías. Repito, salgan, por favor, en orden y con tranquilidad hacia el campus. Allí les atenderán los servicios sanitarios de Madrid en cuanto lleguen. Los trenes permanecerán apeados en ambos andenes y se restablecerá el servicio en la línea en un intervalo de 30 y 60 minutos. Disculpen las molestias”
Las voces de indignación no se hicieron esperar. La gente se quejaba y alegaba que ellos no estaban enfermos, que nunca habían ido a ninguna isla tropical,… Algunos, incuso aprovecharon la ocasión para hacer algún que otro comentario racista que no veía al cuento. Pero, como siempre pensaba, había gente ignorante hasta entre la gente inteligente. Las puertas se abrieron y, casi por no quedarse allí quietos y a la espera, todo el mundo comenzó a bajar del tren.
-Vamos, Héctor, bajemos- dijo la muchacha, levantándose de su asiento. Su amigo no tardó en hacer lo mismo, pero parecía estar obnubilado con sus propios pensamientos. Se habían quedado prácticamente ya solos en el vagón y, cuando bajaron, la gente caminaba con rapidez hacia las escaleras; incluso vio al conductor del tren bajar y caminar con el resto de la gente. Suspiró largamente y dio un paso al frente, pero enseguida sintió la mano de Héctor agarrarla de la muñeca y tirar de ella.
-Ven, corre- casi no entendió el susurro, pero cuando le vio correr hacia el final del andén sin soltarla, supuso que querría que le siguiera ¿Pero a dónde quería llevarla?
-Ey, Héctor, escu…
-Shhhhhh- susurró el chico, bajando las escaleritas de piedra rápidamente y escondiéndose un instante tras los dos enormes trenes, ya que el del anden continuo también estaba parado y la gente había terminado de salir de él, Miró hacia arriba y vio a la gente pasar por el enorme pasillo que cruzaba de un lado a otro los andenes, pero la gente parecía estar más preocupada en salir de allí que en mirar a otro lado. Eso la tranquilizó ¿qué les harían si les pillaran? –Esto me huele muy raro, Gabri… mejor escondernos, ven.
-¿Raro? ¿Por qué? Ya ayer dijeron en la radio que varios de los que habían estado implicados en el accidente del avión habían manifestado síntomas parecidos a los de la enfermera y han sido hospitalizados… No sería raro que fuera algún virus de transmisión aérea.
-¿Cuándo han desalojado dos trenes en una universidad por algo así? Joer, Gabri, que tú eres la lista de los dos- ambos se escondieron en el andén contrario en el que pararon, en una pequeña zona hundida y cubierta por lo que parecía una plataforma de hormigón. Al menos allí estarían ocultos y a salvo de miradas extrañas.
-No sé… bueno, ahora que lo dices…- susurró, arrugando la naricilla ligeramente. Tal y como lo había dicho sí sonaba raro -¿Tan grave puede ser?
-No lo sé, pero vamos, raro es de cojones… a ver si termina de pasar la gente y me puedo asomar a ver si veo algo.

Se escuchó un alarido de terror, y a continuación un sinfín de gritos y pasos acelerados que iban en todas direcciones, la mayoría alejándose de la estación. Sintió un escalofrío de pánico recorrer su espalda ¿Qué había sido ese alarido? ¿De verdad Héctor había previsto algo así solo por un comportamiento anormal en los servicios? ¿Porqué ella no había conseguido razonar tan rápido?
-Quédate aquí, voy a mirar- susurró el muchacho. Le vio girarse y caminar hacia las escaleras, pero no le dejó. Atrapó su muñeca entre las manos.
-No Héctor… no vayas… no quiero quedarme sola- susurró. Ese grito le había puesto los pelos de punta.
-No…- el chico le sostuvo unos instantes la mirada y finalmente suspiró, resignado -. Está bien, Gabri, ven conmigo pero no grites, pase lo que pase ¿vale?- asintió firmemente. No iba a hacer ruido, no iba a molestarle… Solo quería estar con alguien.
Subieron con cuidado las escaleras y atravesaron el andén hacia las puertas de entrada al recinto de la estación. Los gritos rompían el anterior silencio, aunque parecían seguir alejándose en todas direcciones. Eso, al menos, era un alivio. Si pasaba algo grave ellos tenían la ventaja de estar fuera de aquello y tenían una oportunidad para huir.
Se mantuvo detrás de Héctor todo el tiempo, pegada a la pared. Le vio asomarse y quedarse petrificado. Le movió un poco, pero no parecía reaccionar.
-Héctor… Héctor ¿estas bien?- susurró, pero no le contestó. Preocupada, se asomó por detrás de él. El muchacho pareció moverse unos instantes para detenerla, pero el pánico le había paralizado. Y en ese instante supo porqué y sintió el mismo terror recorrer cada fibra de su cuerpo. Justo delante de las puertas cerradas de la estación, a través de los cristales, podía verse a una persona ensangrentada encima de otra. Parecía como poseída, como una bestia salvaje. La vio levantar la cara y, con ello, sacar un viscoso y largo trozo de intestino del cuerpo que había manchado parte del suelo. Y no era lo único. Más atrás pudo ver a otra persona abalanzarse cual rapaz sobre su presa, arrancando parte del cuello a una mujer que cayó inmediatamente sobre el suelo, con ese ser enganchado al cuerpo, que convulsionaba con las últimas aletadas de vida.
Sintió nauseas, quiso gritar, llorar, pero nada salía de ella. Sangre, vísceras, era lo único que veía… incluso cuando cerraba los ojos la misma imagen permanecía ante sus ojos. ¿Qué era eso? ¿De verdad era un virus? ¿O era gente psicópata que había empezado a comer personas porque si? Por un instante su mirada se cruzó con la del ser que había frente a la puerta de la estación. Estaba bastante lejos, pero pudo ver que los ojos casi eran grisáceos, como cubiertos por una malla, y su rostro y cabellos estaban completamente teñidos de sangre. Reaccionó cuando vio a ese ser abrir la boca de nuevo y estuvo apunto de gritar, pero una mano tapó su boca con rapidez, a tiempo.
-Tenemos que huir- susurró la voz de Héctor. Le miró y asintió con un movimiento de cabeza, con los ojos aún abiertos como platos y con las lágrimas, por fin, brotando de sus ojos y recorriendo sus mejillas. Era el infierno, el infierno había llegado a su universidad y estaba acabando con la gente de allí ¿Dónde estarían sus compañeros? ¿Y sus profesores? ¿Aquellos seres saldrían del campus hacia el resto de la ciudad? ¿O les podrían detener de alguna manera los servicios sanitarios?
-Yo sé cómo podemos salir, pero necesito ayuda- una tercera voz, masculina, les hizo girarse de golpe e incluso a Héctor se le escapó un grito del susto -.Tranquilos, tranquilos, que no soy un zombie como esos.
-¿Z-zombie?- observó bien al tercer interlocutor y era un muchacho un tanto extravagante, con el pelo teñido de azul y un rostro aniñado pero travieso.
-Bueno, no sé si lo son, pro al menos lo que he visto se ajusta bastante a como los ponen en las series y en los videojuegos ¿No?- le vio encogerse de hombros, como si realmente no pasara nada ¿Cómo diantres podía estar tan tranquilo? –Me llamo Carlos, por cierto
-Yo… yo soy Héctor, y ella Gabriella- dijo el moreno, incorporándose y ayudando a su compañera a levantarse -¿Cómo podemos salir de aquí?
-Visto lo visto dudo que los conductores regresen, así que…. Podemos intentar separar los vagones para que sea más liviano, y marcharnos en uno de los trenes. He mirado la cabina de éste y el muy gilipollas se ha dejado las llaves y todo dentro.
-¿P-pero… eso no es… delito?- preguntó por fin. Intentaba no mirar demasiado al otro lado, pero no pudo evitar sobresaltarse cuando un trozo de lo que parecía un pulmón se estrelló contra una de las puertas exteriores. No veía muy bien qué pasaba más allá, pero al parecer el campus empezaba a teñirse de rojo sangre.
-¿Prefieres cometer un delito o que esas cosas te abran en canal como a un perro y se den un banquete con tus vísceras?- No pudo evitarlo. La simple imagen hizo que le entraran nauseas de nuevo y, con todo lo que había visto, vomitó contra la pared, sintiendo incluso que sus piernas le fallaban.
-¡Gabri! Ey, ey… tranquila… calma…
-Tsk, chicas… siempre tan delicadas- dijo el peliazul mientras se estiraba -.Vamos al lío, anda. Si conozco bien a un par de amigos, posiblemente piensen como yo y vengan también en busca de un medio por el que escaparse y mejor estar preparados.
-Si, claro, y entrarán trepando por la pared ¿No te jode?- dijo el moreno mientras la ayudaba a colocarse en pie. Las nauseas habían cesado al menos de momento.
-O eso o entran rompiendo las piernas… pero te digo yo que mi amiga Adri y mi amigo Fran buscaran la forma de entrar y venir- alzó el muchacho el móvil, sonriendo -. Les he mandado un mensaje antes de que las líneas empiecen a colapsarse. Soy un puto genio y todo se lo debo a los videojuegos de terror.
-No sé yo si estaremos seguros con él- murmuró Héctor, pero Gabriella asintió suavemente, apretando su mano.
-No sé porqué, pero creo que sabe mejor que nosotros lo que hay que hacer. Por favor… ayúdale con lo del tren… no quiero seguir viendo esto.

5 comentarios:

  1. Yeaaaaah, comienza la carniceria en el campus!! Yo, por mi parte, por supuesto que voy a ir al tren. La opción más lógica es salir de esa puta masacre cuanto antes xDD Está genial, Moni, sigue escribiendo que quiero saber lo que pasa a continuación ^_^

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  2. Me alegro de que te guste, corazon!! En serio, no sabes lo importante que es para mi y la ilusion que me hace *_* espero no decepcionarte con el resto de la historia!! muaks!!

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  3. Pues me ha gustado la historia, cuando tenga un ratito mas me leeré el resto!!!!
    A ver si te salé lo de la función responder!!!!!

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  4. Jajaja pues espero que te guste!! este era el séptimo capitulo, posiblemente pondré a un lado un archivo bien colocado para que nadie se pierda. A ver si esta tarde me pongo con la función! =D

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  5. @JOTAGE2 Waaaaa!! Me ha salido JOTAGE! Genial tu tutorial, y super fávil!! X3

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