lunes, 4 de julio de 2011

Expedición: parte II


Estaba nervioso y mucho. Había ido hasta allí con la idea de recoger a su hermano menor y llevarlo con él, para tener la certeza de que no le había pasado nada… Y sin embargo no estaba, tan solo había una nota que intentaba tranquilizarle. Pero un trozo de papel no era él. Suspiró echándose hacia atrás los cabellos y deseó con todas sus fuerzas que Zack se encontrara en un lugar seguro con Elsa y Aion. Les conocía desde que se habían mudado hacía unos años a al piso de arriba y le habían causado varias impresiones: una buena debido a la amabilidad, sobretodo por parte de la mujer, y otra de respeto debido al enorme tamaño de los dos, ya que la mujer medía metro noventa y el marido era aún mayor, ambos bastante musculados.
-Voy a ir recogiendo cosas ¿De acuerdo?- se levantó tras ver asentir a Tony. Aún tenía en el cuerpo, aparte de la preocupación, el susto del infectado que se le había lanzado encima; se le había olvidado centrarse en estar alerta al verse tan cerca de casa. No debía caer de nuevo en el mismo error. Se detuvo en la puerta del baño al salir del salón y llamó un par de veces. Alma llevaba allí metida cerca de diez minutos y aún no había salido -¿Estás bien, Alma?
-Sí… tan solo un poco indispuesta- dijo desde dentro. El susto había sido para los tres y la pobre no lo había soportado. Sin embargo durante el camino había demostrado tener los ovarios muy bien puestos.
-Si necesitas algo no dudes en decírmelo- tras la frase, se dirigió a su habitación. Era su templo. No era realmente muy grande pero estaba bien organizado en general: una estantería llena de libros de literatura, casi toda de ciencia ficción o fantasía, un ordenador portátil sobre un pequeño escritorio, una cama en el centro, hecha tal y como la había dejado el día que se marchó para la Universidad,… Y, en las paredes colgados sus mayores tesoros: una enorme colección de espadas y katanas que más de uno querría. Desde que había empezado a interesarse por el coleccionismo había empezado a pedirlas como regalo o a comprarlas y ahora contaba con una cuantiosa cantidad. Sobre el cabecero de la cama estaba Excalibur, delante de un precioso escudo con el emblema del rey al que perteneció tal espada; a un lado una preciosa zangetsu, con la cadena rozando un lateral de la cama, metida perfectamente en su vaina; al otro lado una Masamune que Vince adoraba pese a que no medía los siete pies que debería… Bueno, no todo podía ser perfecto. A esas tres reliquias podían añadírsele la daga del tiempo, una réplica de Hielo al lado de una preciosa réplica de Garra, una de Anduril,… sin duda tenía una de las colecciones más hermosas.
Las cogió todas, una por una, y las fue dejando sobre la cama para hacer un fardo con ellas y poder transportarlas sin problemas; tan solo dejaría un par fuera para usarlas como armas si fuera necesario a la vuelta. Nunca habría pensado que su afán de coleccionismo podría servirle para mantenerse con vida.

Una vez dejó todas las espadas recogidas, dio una vuelta sobre sí mismo hasta llegar a la estantería. Delante de los libros tenía varios marcos con fotografías. Se acercó a coger una de Zack, una que le había hecho hacía apenas medio año. Visto así en la foto, pensó, se parecía bastante a él: el cabello era igual de negro, solo que lo llevaba corto y despeinado; sus ojos eran del mismo tono y su rostro, en vez de bonachón, era más bien infantil y con un aire un tanto pillo. Era un buen niño, muy inteligente y siempre con ansias de saber. El único problema que tenia Zack, bajo su punto de vista, era que a veces era tan hiperactivo que cansaba a la gente; muchos lo habían dicho. A él, por lo menos, nunca le cansaba. Le gustaba contarle historias, contestar a sus preguntas y escuchar todo lo que tenía que decir.
Dejó la fotografía en su sitio y sus ojos se fueron directamente a otra, una bastante más antigua. En ella salía Zack nuevamente, mucho más pequeño, con unos nueve años, abrazado a una preciosa adolescente de castaños cabellos y expresión pícara. Lluvia también era una de las pocas personas que era capaz de aguantar todo el tiempo los arrebatos hiperactivos del niño; le había querido como un hermano pequeño y aún lo seguía haciendo. Y Zack la quería a ella también… Y no era el único.
Se sentó en la cama observando la fotografía ¿Cuántos años tendría ahí? Quizá unos 16 ó 17 años, y apenas había cambiado en nada. Pasó el dedo por encima del rostro de la muchacha, lentamente, a la par que un suspiro escapaba de sus labios. Habían compartido cuatro años de sus vidas, años en los que habían aprendido el uno del otro las ventajas y desventajas de la pareja, en los que habían vivido intensamente cada una de sus fases ¿Cuantísimas noches había dormido abrazado a ella porque no quería volver a su casa? ¿Cuántas noches se había quedado despierto observándola dormir entre sus brazos? Había sido su primer amor, la primera en todo igual que él lo fue para ella, y pese a que después de su ruptura hubo otras, ninguna llegó a llenarle del mismo modo.
Aún quedaba algo de aquel tiempo, aún las brasas permanecían calientes y amenazaban continuamente con echarse a arder. Y tenía la certeza de que no era tan solo por su parte. Le gustaba verla feliz con Jacky, además la pelirroja le hacía gracia y sabía que era buena chica pese a molestarle continuamente. No quería que el pasado regresara y acabara rompiendo lo que había conseguido construir con aquella mujer. Y sin embargo cada vez que la tenía cerca su corazón se aceleraba como la primera vez.
-¿Todo bien?- la voz de Alma le despertó de su trance y le hizo alzar la mirada. Sonrió amablemente y asintió.
-Sí, tranquila, tan solo miraba viejas fotografías- dijo mientras se incorporaba, pero antes de poder dejar la fotografía en su sitio, la muchacha se había acercado a observar.
-¿Es ese tu hermano?- preguntó y él se limitó a asentir con una sonrisa -¡Vaya! ¡Pero si es Lluvia! Qué jovencita ¿no?
-Sí, es de cuando íbamos al instituto.
-Pues no ha cambiado nada- rió la muchacha. Él también lo hizo, hasta que sintió la mirada de aquella extravagante chiquilla -. La verdad es que tu hermano y tú os parecéis
-Sí, todo el mundo lo dice- dejó la foto en su sitio pero, sin embargo, cogió un par de álbumes de la estantería -. Voy a llevar un par de cosas más; tengo aquí unas fotografías que me gustaría enseñarle a Jacky, más que nada para que tenga más motivos para chinchar a Lluvia- rió suavemente.
-Pobre mujer, Vince ¿qué te ha hecho?- preguntó, entre risas.
-¿Lluvia? Nada, pero si Jacky se centra en chincharla a ella, me deja a mí en paz- rió sonoramente. A veces le costaba entender a la pelirroja cuando se insinuaba de las maneras en las que lo hacía; suponía que iba en broma, pero a veces parecía tan seria que había estado tentado a dejarse llevar -. Vamos, terminemos de prepararnos; hay que volver por otra ruta y creo que con esta tardaremos menos.

Mientras Tony miraba por la ventana para ver a qué debían atenerse tras salir del edificio, Vincent metió algo de ropa suya y de su hermano en una mochila, junto con los álbumes, y se la dio a Alma, echándose él a la espalda todas las espadas menos una de ellas, la cual llevaba en la mano como arma improvisada. Aún no la había afilado, pero al menos le serviría de ayuda. Además esperaba que el camino alternativo para la vuelta estuviera algo más despejado.
-Ya está todo, vámonos- dio la orden y Tony se acercó hacia ellos, ya que Alma esperaba en la puerta, mirando por la mirilla.
-Parece que todos los de alrededor se han acercado hacia donde está el coche. La alarma aún se escucha desde aquí.
-Bien, eso nos da ventaja, ya que cogeremos el camino que va por detrás del puente, que es todo descampado. ¿Algo en la puerta, Alma?
-No, no hay nada, así que es mejor que salgamos ya- asintió. Con ellos dos sabía que podía estar tranquilo; trabajaban bien juntos y, pese a los pequeños altercados que habían sucedido, habían llegado con vida.

Tenían que regresar lo más rápido posible y evitar altercados ya que ahora volvían cargados con más cosas. Abrieron la puerta del portal de nuevo, donde aún yacía el infectado que le atacó a la llegada. Pasaron por encima de él y, tras cerciorarse de que no había ninguno más por la zona, echaron a andar rápidamente. A medida que recorrían la calle de las Fuentes el incesante sonido de la alarma del coche se iba haciendo más clara en el sepulcral silencio. Llegaba a ahogar incluso los gemidos de los infectados que seguían el ruido buscando una presa. En vez de volver por la misma calle, continuaron recto hasta llegar a la calle de Paracuellos y giraron por ella en dirección contraria a la calle Madrid; irían por una paralela para evitar al grupo de infectados del coche.
Cuanto más se alejaban menor era el pitido y mayor el sonido de los gemidos. Se detuvieron in instante al final de la calle, frente a la rotonda y la plaza que partían en dos la calle y se asomó. Varios infectados habían cogido a dos adolescentes que, por lo que vieron, pretendían hacerse los héroes intentando matar a aquellos seres con tuberías de metal; realmente no era una mala idea, pensó Vincent, pero ese tipo de armas hay que usarlas en un momento muy preciso y solo para apartarlos si se lanzaban hacia uno, no pretendiendo ir de salvador del mundo. Pobrecitos.
Aprovechó que la mayoría estaban entretenidos sacándoles las tripas y alimentándose de su carne y les hizo una señal a Alma y a Tony para que les siguieran. Los tres se miraron y, tras contar mentalmente, echaron a correr, atravesando la rotonda, hacia la calle de Mariana Pineda que les llevaría directamente a la urbanización. El sonido de los zapatos contra el asfalto delató su posición y pronto sintió la mirada vacía de aquellos seres en él. Al menos, pensó, eran más rápidos y podrían escaparse si continuaban el ritmo. Algunos infectados venían de frente, así que agarró con fuerza el mandoble que había dejado fuera. Hacía tiempo Jacky le había contado que al hospital llegó un hombre con una herida hecha con un arma bastante inusual: una llave. Al parecer intentó forzar a una chica a mantener relaciones sexuales con él y ésta, en defensa propia, había cogido las llaves del bolsillo y le había clavado una. Si una llave podía penetrar la carne, ese mandoble aún sin filo también; aún bo podría cortar cabezas ni nada por el estilo, pero al menos los golpes y las heridas en zonas clave podrían marcar la diferencia entre seguir vivo y convertirse en zombie.
Golpeó al primero que se acercó, obligándole a retroceder unos pasos, y esquivó a otro. Miró hacia atrás y vio cómo Alma atravesaba el ojo a otro que se había lanzado hacia ella directamente. Con una buena arma, pensó, aquella chica podría sobrevivir sola en ese mundo apocalíptico… Y no solo ella; Tony tenía agallas también, más que ellos dos. Le sorprendía la frialdad con la que disparaba a aquellos seres y su ingenio para usar patatas como silenciadores para evitar montar un escándalo.

El camino hacia la casa se les hizo más rápido que la ida, posiblemente porque esta vez habían decidido regresar a la carrera. La calle de los Curas estaba tan plagada como la otra vez, aunque de nuevo vieron al menos a dos jovencitos más siendo irremediablemente devorados; posiblemente fueran compañeros de los que vieron más atrás. Si pudiera él mismo dar unas pautas generales de supervivencia en algún medio que todo el mundo escuchara y ayudarles a sobrevivir… Suspiró largamente, no era momento de pensar en eso. Si se preocupaba de los demás, quizá él mismo se despistara y bajara nuevamente la guardia. Y no podía permitirlo.
Tony había abatido a un par más que se acercaban directamente hacia ellos y Alma hirió en la garganta a otro, empujándole hacia atrás para apartarlo del camino. La puerta ya estaba cerca, muy cerca. Sentía sus zapados pegarse ligeramente al asfalto por la sangre que había nuevamente esparcida por el suelo, aún por secar. Chasqueó la lengua; no le gustaba para nada esa sensación.
Con suerte, cuando llegaron a la verja, la puerta estaba cerrada pero podía abrirse con un simple empujón. El sonido al abrirla alertó a los que permanecían dentro, pero la rapidez con la que Tony la cerró y echó la llave hizo que, al menos, el número del interior de la urbanización no se acrecentara. Vincent suspiró y se adelantó con Alma hacia el portal.
-Chicos, aquí Tony- escuchó. Era peligroso hablar, pero sería mucho más rápido que les abrirán los chicos a que lo hicieran ellos con las llaves -. Estamos en el portal, así que id corriendo a dar al botón para abrir. Una vez arriba no abráis hasta que no llame tres veces- nadie contestó del otro lado, pero supuso que habrían escuchado las órdenes y estarían apunto de acatarlas.
Y no se equivocó. Apenas hubo llegado al portal, escuchó el pitido de apertura de la puerta y empujó con cuidado. El interior estaba vacío y en silencio, así que se adelantó y sujetó la puerta para que Alma y Tony pasaran. El policía caminaba de espaldas, con la pistola en alto y una enorme patata delante del cañón; en verdad la escena era incluso cómica debido a la postura y al enorme tubérculo que sostenía en la mano. Una vez dentro cerraron la puerta y pudieron respirar algo más tranquilos.
-Subamos, nos están esperando- dijo el policía con una sonrisa. Era tranquilizador saber que enseguida estarían a salvo y más aún que les recibirían con un abrazo. Necesitaba el calor de una persona después de todo lo que habían pasado.
Subieron tranquilamente el primer piso, pero cuando estaban apunto de llamar, escucharon pasos. Los tres se tensaron y se giraron hacia el lugar del que provenían. Alguien bajaba por las escaleras… alguien o algo. Tony alzó nuevamente la pistola y él agarró la espada firmemente. Los segundos se hicieron tensos, muy tensos, hasta que apareció una mujer de no más de treinta y cinco años, de cabellos castaños.
-¡No me hagáis daño!- su voz sonó desesperada; temblaba como una hoja y parecía perdida. Zen bajó la espada, suspirando, y Tony se adelantó un par de pasos.
-¡Amanda! ¡Estás bien!- exclamó. No sabía quién era aquella mujer, pero supuso que alguna vecina, ya que el policía parecía conocerla.
-¡Antonio! Ay Antonio ¡Qué miedo! No sé qué está pasando… Mi… mi marido no ha regresado y…- temblaba, la mujer temblaba de terror, de preocupación. Sus ojos estaban ligeramente irritados, probablemente por haber estado llorando –Salió a por comida y…
-Amanda, escucha- la había tomado por los hombros con cuidado y los apretaba con tranquilidad –Sube a casa ¿vale? No te preocupes por Juan, es posible que haya tenido que refugiarse en algún sitio. Yo voy a estar aquí abajo siempre- comenzó a decir. Su voz era tranquilizadora, como si no le diera importancia a lo que estaba pasando fuera… y aquello pareció calmar ligeramente a la mujer –Ahora mismo tengo que entrar a casa a comprobar que mi hija y sus amigos están bien, pero en cuanto vea que está todo bien, cogeré un poco de comida de la despensa y te la subiré- eso no le hizo mucha gracia. Si se ponían a repartir comida a todo el mundo acabaría por faltarles a ellos… Aunque por otro lado ¿no habría hecho él lo mismo por un conocido?
-V-vale… pero Juan…
-Escucha, ahora mismo preocúpate de cuidar de ti y de tu hijo ¿vale? Dani con cinco años no puede vivir sin su madre- nuevamente la mujer asintió y, sin decir más, subió a la carrera las escaleras. Se quedó mirando a Tony, que no se movió hasta que no hubo escuchado la puerta de arriba cerrarse. Entonces se giró y caminó hacia la puerta, llamando tres veces. Unos segundos después se escucharon correrse los seguros y les abrieron el acceso al refugio.

1 comentario:

  1. prometo leerlo cuando tenga algo de tiempo es que ahora estoy estudiando guión cinematográfico y estoy un poco liao

    Besos niña!!!!

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