Se le había roto el alma al ver a
Lluvia llorar cuando salía del piso, pero había prometido ayudar y no iba a
dejar a sus dos pobres compañeros solos. Se había puesto un chaleco de la
policía que le había quitado a Tony y, en la mano, llevaba la ballesta casera
que habían fabricado junto con algunos virotes. Aquellos bichos no le daban
miedo y si salir de allí a investigar les daba una oportunidad, no solo de
encontrar al hermano de Vincent, sino de salir de su escondite en busca de
ayuda, saldría las veces que hicieran falta.
Tal
y como habían dicho el día anterior y pese a lo extraño que pudiera sonar, la
zona estaba completamente despoblada. Aunque el olor a muerte y putrefacción
era algo fuerte aún, la presencia de aquellos infectados había disminuido considerablemente
en la zona.
-¿Hacia
dónde vamos?- preguntó Carlos mientras giraba en su mano una de las espadas
afiladas de Vincent. Ella miró a su alrededor; el aire aún era frío bastante, y
removía sus rojos cabellos a placer. Dejó escapar un suspiro y esbozó una
amplia sonrisa antes de mirar hacia sus compañeros.
-Tendremos
que seguir el plan trazado ¿no? Si Adri y los demás encontraron una pira en la
plaza, es posible que quienes lo hayan hecho hagan alguna más. Si les
encontramos quizá ellos puedan ayudarnos a salir de aquí.
-¿Estáis
seguros?- preguntó Fran, mirándoles a ambos. Carlos se adelantó sin contestar,
convencido por las palabras de su compañera. Jacky, sin embargo, se giró hacia
él con una amplia sonrisa dibujada en los labios, guiñándole el ojo antes de
hablar.
-Vamos,
si tienes miedo solo tienes que regresar.
-Lo
decía por ti. Sabes que siempre me preocupo por las damas indefensas- dijo el muchacho,
siguiendo los pasos de su compañero. Ella no pudo evitar soltar una pequeña
risa. Posiblemente de ellos tres era la más peligrosa y el arma que le habían
dejado la más útil en el caso de problemas.
Las
calles estaban extrañamente silenciosas y apenas había algún que otro cadáver putrefacto,
con la cabeza separada del cuerpo. Era como si alguien se hubiera dedicado a
limpiar la ciudad. Los tres contenían la respiración, temerosos de respirar
demasiado fuerte. Era una tontería, pero en aquel silencio tan sepulcral hasta
sus respiraciones parecían fuertes.
De
repente un grito desgarrador les hizo ponerse en alerta. Alguien gritaba
pidiendo auxilio a la vez que el llanto de un infante acompañaba a tan agónico
lamento. Los tres, sin pensárselo dos veces, salieron corriendo hacia la calle
de donde provenían los gritos. Aunque no podían determinar la lejanía de los
mismos, sí que sabían cómo seguirlo. Jacky sentía el corazón latir en sus
sienes; por un lado el temor de encontrarse con una horda de aquellos bichos
parecía querer paralizar sus piernas en plena carrera, pero por otro lado su
vocación de médico la empujaba a continuar, a buscar a los posibles heridos y a
hacer lo posible por salvarles. Aunque fuera psiquiatra tenía amplios
conocimientos médicos.
-¡No
son muchos!- exclamó Carlos al girar la tercera calle a la derecha. Jacky y Fran
no tardaron en ponerse a su altura y observar, durante unos segundos, la
macabra escena. Una mujer yacía en el suelo, encogida como un ovillo, entre
alaridos de dolor y gritos de auxilio. La sangre había manchado su ropa, sangre
que brotaba de una horrible herida en su hombro, donde uno de los infectados
aún permanecía agarrado. No dudó un instante. Alzó la ballesta, apuntó y lanzó
un tiro. Falló el primero, pero al menos el ruido del virote caer al suelo hizo
que los dos infectados que había viraran su atención hacia el trío.
-Tenemos
que acabar con ellos y salvar a esa mujer- dijo Fran, con determinación,
mientras apretaba en su mano el pincho improvisado que habían hecho con un
cuchillo de cocina y un palo de madera.
-Esa
mujer está perdida- dijo Jacky mientras colocaba otro virote en la alabarda.
Aquellos dos seres se acercaban hacia ellos con paso lento. Uno de ellos
carecía de la mitad de una mejilla y el otro tenía parte de las tripas fuera,
una visión bastante desagradable de dos cuerpos humanos muertos, putrefactos, y
caminando en plena calle a la luz del sol de invierno.
-¡¿Pero
qué coño dices?!- exclamó Fran, girando su atención hacia la pelirroja durante
un instante. Pareció querer decir algo más, pero ella alzó la voz primero a la
par que alzaba nuevamente su arma para apuntar a uno de los bichos.
-Ya
has visto que la han mordido. No tardará en convertirse en uno de ellos. Pero
protege algo y vamos a averiguar qué es- el segundo virote cruzó el aire,
silbando, hasta clavarse en el cuello de uno de los infectados, que cayó al
suelo por el impacto, revolviéndose como una cucaracha patas arriba, a punto de
morir. Fran aprovechó y se acercó corriendo, clavando el cuchillo en su ojo
para llegar a su cerebro de golpe.
-¡Recoge
el virote y lánzaselo a este otro!- exclamó Carlos mientras se alejaba del infectado
que aún se movía. Estaba haciendo suficiente ruido como para atraerle hacia él
y darle la oportunidad a Jacky de recoger el virote que había lanzado y usarlo
en su contra. Mejor usar de nuevo uno ya sucio que gastar los pocos limpios que
les quedaban. Desclavó el trozo de madera del cuello del que ya yacía inerte en
el suelo y lo colocó nuevamente en la ballesta, acercándose con paso rápido por
detrás al infectado.
-¡Corre
hacia un lado!- exclamó a Carlos, el cual se apartó ágilmente. El infectado, al
escuchar tan cerca la fuerte voz de la
mujer, fue a girarse hacia ella, pero ella fue mucho más fuerte, disparando el
virote de madera que atravesó su cráneo de lado a lado, salpicando la poca
sangre infectada que aún quedaba en ese pútrido cuerpo, el cual cayó cual saco
inerte al suelo –Joder, qué asco- exclamó mientras se apartaba, limpiándose las
pocas gotas de sangre que habían caído sobre el chaleco y la ropa.
Fran
y Carlos se reunieron con ella enseguida y los tres miraron hacia el lugar
donde la mujer aún sollozaba, ensangrentada y temblando. Parecía agonizar y a
la vez luchar por lo que mantenía protegido bajo su cuerpo. Los tres se
acercaron, con paso tranquilo, hasta ella. Jacky fue la que se agachó, apoyando
la mano en su hombro, evitando tocar la sangre, cosa que le resultó bastante
complicada debido a la cantidad que había manchado ya su ropa.
-Ya
está bien, les hemos ahuyentado- su voz sonó suave, aunque no pudo evitar
mostrar un pequeño deje de tristeza.
-Gracias-
atinó a susurrar. Giró el rostro, empapado en lágrimas y tierra, hacia los
tres, que permanecían en silencio. Aunque la herida no era grave posiblemente
estaba infectada y era cuestión de horas que fuera uno de ellos. Giró sobre sí
misma, dejando a la vista, por fin, aquello que estaba protegiendo tan
desesperadamente. Tirada en el suelo, sollozando, había una pequeña niña de apenas
dos años de edad; aquello era lo que habían escuchado junto a los gritos de la
mujer -Por favor...
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